domingo, 17 de febrero de 2008

Ponencia del subcomandante insurgente Marcos en el encuentro internacional de intelectuales En defensa de la humanidad, celebrado los días 24 y 25 de octubre de 2003 en el Polyforum Cultural Siqueiros, ciudad de México.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches. Mi nombre es Marcos, subcomandante insurgente Marcos. He sido invitado al Foro en defensa de la humanidad para decir unas palabras. Agradezco la invitación, pero debo advertirles que soy un soldado, un soldado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Lo advierto porque, según me han dicho, compartiré la palabra con intelectuales y líderes políticos sociales. Por eso tal vez mi voz suene discordante (quiero decir, además de por la grabación) y fuera de lugar. O no, tal vez haya, en lo que voy a decir, puentes y coincidencias. A veces suele suceder que la pluma y la espada coinciden.
Tal vez coincidamos en la inquietud por un necesario debate y por un intercambio de ideas que ayuden a aclarar un poco este confuso y desordenado horizonte que algunos llaman historia contemporánea y que, a ratos, hace de lo trivial y grotesco asunto de interés y escándalo mundial; y otras veces hace de lo terrible y aberrante algo que, a fuerza de repertirse, se convierte en tonada monótona y desapercibida.
Mencionaré algunos apuntes apresurados sobre la globalización y el neoliberalismo, o más bien sobre lo que nosotros alcanzamos a percibir (y a padecer) de ellos, y sobre las resistencias en general y nuestra resistencia particular.
Como es de esperar, en estos apuntes el esquematismo y la reducción reinan, pero creo que alcanzan para dibujar una o muchas líneas de discusión, diálogo, reflexión. O, mejor aún, de memoria y vergüenza.
PRIMERO. Si en la política "antigua" (es decir, desde la Atenas griega hasta las repúblicas modernas) el Estado era la "madre" del individuo y el seno en el que se gestaba, crecía y se reproducía la sociedad, en el mundo globalizado el Estado no puede ya cumplir esta función. El individuo ya no tiene por qué referirse a una patria, una cultura, una raza o una lengua. El vientre materno es ahora esa megaesfera que algunos llaman todavía "planeta tierra". El "ciudadano" ya no es el miembro de la polis, sino el navegante de la megapolis, por tanto necesita "otros" conocimientos y habilidades que el Estado nacional no le puede ofrecer.
SEGUNDO. De la misma forma, los "hombres de Estado", esos superhombres autores de citas clásicas, guerras, imperios, leyes y represiones, ya no existen como tales. Aquel viejo "entrenamiento" interno que existía en las clases políticas para preparar a sus miembros a relevarse unos a otros es obsoleto, las habilidades de la política clásica (oratoria, liderazgo, sensibilidad, templanza, conocimientos históricos, filosofía, jurisprudencia, relación adecuada) parecen ahora más propias de la nostalgia circense. El protocolo del poder, esa compleja mezcla de señales y actitudes, ya no se aprende ni se ejerce en el Estado.
TERCERO. El Estado nacional tiende a ya no ser más el encargado de la reproducción de los hombres (entendiendo "reproducción" en su sentido más amplio, es decir, las condiciones económicas, políticas, culturales y sociales para su reproducción social), sino el administrador-contenedor de los desórdenes de esa reproducción. El megapoder, ese ente del que poco se sabe, ahora impone una reproducción más importante: la del dinero.
CUARTO. La lucha contra la globalización del poder (y contra su sostén ideológico: el neoliberalismo) no es exclusiva de un pensamiento o de una bandera política o de un territorio geográfico, es una cuestión de supervivencia humana. Así como en la Segunda Guerra Mundial multitud de fuerzas resistieron y lucharon contra el fascismo, ahora son muchas las fuerzas que resisten y luchan contra el neoliberalismo.
QUINTO. En los Estados nacionales el proceso de la pareja globalización-neoliberalismo produce un fenómeno de resistencia que, cada vez de forma más acentuada, incorpora a amplios sectores de la población SIN QUE SEA PRIMORDIAL SU CLASE SOCIAL O EL LUGAR QUE OCUPA EN EL PROCESO DE REPRODUCCION DEL CAPITAL.
SEXTO. Aparecen, por ejemplo, grupos desconcertantes (de hecho, la teoría había decretado su desaparición o su "absorción" por los de arriba): por un lado, indígenas que hablan lenguas incomprensibles (es decir, inservibles para intercambiar mercancías) y que desafían con armas de palo a helicópteros, tanques, aviones, ametralladoras, bombas; por el otro lado, jóvenes desempleados (el "lumpen", que, teoría manda, debería estar engrosando las filas de los aparatos represivos del Estado) movilizándose en contra del gobierno y exigiendo respeto a su modo; o más allá, homosexuales, lesbianas y transexuales demandando reconocimiento a su diferencia.
SEPTIMO. Estos fenómenos de resistencia ("bolsas de resistencias" las llamamos nosotros para oponerlas a las "otras" bolsas, las de valores) tienden a buscar comunicación con fenómenos parecidos en otras partes del mundo. Las superautopistas de la información, concebidas para facilitar el flujo de mercancías y dineros, empiezan a ver (no sin pavor) que son transitadas por viejas carretas, bestias de carga y peatones que no intercambian mercancías y capitales, sino algo muy peligroso: experiencias, apoyos mutuos, HISTORIAS.
Claro que hablo de lo que está a la mano: nuestra guerra, nuestras armas, nuestra historia. Pero hay otros ejemplos que nos hablan de una nueva emergencia, de algo nuevo que irrumpe aquí y allá y que no acabamos ni de dirigir ni de entender, en parte porque somos un fragmento de esos fenómenos, en parte por lo precipitado de los acontecimientos, en parte porque el presente es el peor lugar para pensar el hoy, en parte porque aún hay muchas cosas por definirse.
Pero algo empieza a quedar cada vez más claro: no es cierto que perdimos nosotros y, sobre todo, no es cierto que ganaron ellos. La historia que cuenta, la que hacemos hombres y mujeres, tiene aún mucho hilo que tejer y no acaba por adivinarse siquiera el dibujo ni el color que este gigantesco tapiz que es la humanidad habrá de tener. Nosotros, y con nosotros muchos como nosotros, sabemos ya que, en todo caso, el color no es el gris que ahora imponen, ni el dibujo es sólo dolor y muerte. Hay también otros muchos colores. Y hay también mucha esperanza.
No sólo si el planeta tiene heridas abiertas y sangrantes en su redonda geografía, nombrándolas no las sanamos, es cierto, pero hacemos un gesto de humanidad que a ratos parece perdido.
Nombremos entonces Palestina y que la vergüenza nos envuelva.
Nombremos Los Balcanes y que la memoria se actualice.
Nombremos Euskal Herria y admiremos la silenciosa e incomprendida resistencia de un pueblo que, desde hace centurias, se niega a ser conquistado. Allá, al otro lado del Atlántico, un pueblo es cercado en una clásica maniobra de pinza: en un lado, la soberbia del poder que, parapetado tras jueces embelesados por los clic de las cámaras fotográficas, comanda una auténtica guerra de exterminio; en otro lado, la cobardía de un sector que se dice progresista y que, más atento a la corrección política, guarda un silencio cómplice mientras la cultura vascuence es tipificada como "terrorista".
Nombremos Cuba y que la sangre latinoamericana busque los puentes en que nos encontramos antes y nos encontraremos mañana. En el Caribe, un pueblo enfrenta un cerco que no tiene nada de figura literaria. Ese pueblo ha conseguido que su sólo nombre convoque una historia de lucha y resistencia, de generosidad y valentía, de nobleza y hermandad. Se dice "Cuba" como se dice "dignidad".
Nombremos Bolivia y saludemos el heroico andar de aymaras y quechuas defendiendo la tierra. Saludemos a aquellos que hacen del ser indígena un orgullo y que con su rebeldía hacen temblar a los tienderos de toda América.
Nombremos Chiapas y descubramos en los pies de los más pequeños el mañana del "para todos, todo".
Nombremos cualquier rincón del planeta y seamos perseguidos junto a homosexuales, lesbianas y transexuales; resistamos con las mujeres al impuesto destino de decoración idiota; resistamos con los jóvenes a la máquina trituradora de inconformismos y rebeldías; resistamos con obreros y campesinos a la sangría que, en la alquimia neoliberal, convierte muerte en dólares; caminemos el paso de los indígenas de América Latina y con sus pies hagamos el mundo redondo para que ruede.
Nombremos a los que no tienen nombre. Miremos a los que no tienen rostro.
Nombremos y miremos el mundo que no existe ahora, pero que empezará a existir en nuestras palabras y en nuestras miradas.
Nombremos pues los dolores de la humanidad. No sólo porque son también dolores nuestros. También porque nombrándolos nos hacemos un poco más humanos. Porque frente a esas heridas, el silencio es renuncia, rendición, claudicación, muerte.
Si hay quien ha hecho de la pluma una espada, que centellee el aire con su brillo, que señalando nuestras heridas se ennoblezca, que nombrándonos nos haga parte de un rompecabezas que mañana será un mundo no falto de memoria ni de vergüenza.
Porque ambas, la memoria y la vergüenza, son las que nos hacen seres humanos.
No seamos los chivatos de nuestra historia, de nuestra conciencia, los traidores a la palabra que levantamos ayer y que hoy nos convoca para ser afilada y unida en la memoria y la vergüenza.
Vale. Salud y que la pluma sea también una espada, y que su filo corte el oscuro muro por el que habrá de colarse el mañana.
Desde las montañas del sureste mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, octubre de 2003.

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